Era diciembre de 1987, cuando Janca Gumucio me llamó por teléfono desde Madrid para pasarme un trabajo. La revista GEO (que no sé si sigue existiendo) había comprado unas fotografías del carnaval de Oruro y necesitaban un periodista que escribiera la historia de las ‘diabladas’. Los detalles tendría que discutirlos con Rosario Izquierdo que, en una segunda llamada telefónica, le puso precio a mi trabajo y me recomendó que el texto solicitado por la redacción de GEO, no tenía nada que ver con las fotos, “despreocúpate de ellas y escribe la historia del carnaval con mucho color”.
Cumplí el encargo, no era la primera vez que, en el exilio del periodista, hacía trabajos por encargo como aquellos relatos porno, que publicaban en una revista holandesa en español.
Con el cheque de GEO me llegó la revista Nro. 14 de marzo de 1988 y advertí que las fotografías, que ilustraban mi nota, eran de Sebastião Salgado, del que no sabía quién era.
Años más tarde llegó el fotógrafo, a Estocolmo, a promocionar su libro Otras Américas y expuso las maravillosas fotografías del libro, ocasión en que descubrí que algunas de ellas ilustraban mi artículo en GEO.
Entonces me callé para no descubrir mi falta de conocimiento, por no decir ignorancia, sobre uno de los grandes fotógrafos del mundo, que se volvió mi favorito, al que incluso lo defendí, en algún artículo de quienes, siguiendo a Susan Songtag, la escritora estadounidense, y cronistas del New York Times, lo acusaban de comerciar con la miseria humana.
Sebastião Salgado, un hombre de mi generación, ha dado a conocer la hambruna, la miseria, el éxodo, el trabajo esclavo y, ahora último, la devastación ecológica y ambiental, a través de sus extraordinarias fotografías, muchas de ellas, consideradas verdaderas obras de arte.
Hoy, Salgado es un hombre que vive retirado en el Brasil, pero, tiene un hijo, Juliano que se vio obligado a cambiarse el apellido y usar Ribeiro para evitar que lo traten demasiado bien o demasiado mal. Fue él quien convenció a su padre a trabajar juntos en un documental que, en 2009, los llevó al norte de Brasil hasta las proximidades del río Cuminapanema donde están los Zo’e, una tribu que permaneció aislada de la civilización. Sebastião quería fotografiarlos para su proyecto Génesis como un ejemplo de los lugares intactos del globo terráqueo.
Es, en ese viaje, cuando el hijo convence al padre de trabajar en un documental. La película ha sido trabajada durante años bajo la dirección de Wim Wenders, con fotos, videos y corte de viejos films de ambos Salgado.
Juliano, llama a su padre por su nombre, y cuenta que “Sebastião es un guerrero. No es un tipo ni dulce ni abierto sino un motor en funcionamiento, pero en el momento que le hablé del proyecto de una documental con su vida y obra, se le llenaron los ojos de lágrimas”.
Esta nota la escribo después de haber visto en el cine el documental La sal de la Tierra que la recomiendo a todo amante de la fotografía. Es el cierre de aquella aventura de escribir un texto sobre el Carnaval de Oruro, en los años 80, sin saber que las fotos que iban a ilustrar mi nota eran del gran Salgado y sin conocer a tan extraordinario fotógrafo
Cumplí el encargo, no era la primera vez que, en el exilio del periodista, hacía trabajos por encargo como aquellos relatos porno, que publicaban en una revista holandesa en español.
Con el cheque de GEO me llegó la revista Nro. 14 de marzo de 1988 y advertí que las fotografías, que ilustraban mi nota, eran de Sebastião Salgado, del que no sabía quién era.
Años más tarde llegó el fotógrafo, a Estocolmo, a promocionar su libro Otras Américas y expuso las maravillosas fotografías del libro, ocasión en que descubrí que algunas de ellas ilustraban mi artículo en GEO.
Entonces me callé para no descubrir mi falta de conocimiento, por no decir ignorancia, sobre uno de los grandes fotógrafos del mundo, que se volvió mi favorito, al que incluso lo defendí, en algún artículo de quienes, siguiendo a Susan Songtag, la escritora estadounidense, y cronistas del New York Times, lo acusaban de comerciar con la miseria humana.
Sebastião Salgado, un hombre de mi generación, ha dado a conocer la hambruna, la miseria, el éxodo, el trabajo esclavo y, ahora último, la devastación ecológica y ambiental, a través de sus extraordinarias fotografías, muchas de ellas, consideradas verdaderas obras de arte.
Hoy, Salgado es un hombre que vive retirado en el Brasil, pero, tiene un hijo, Juliano que se vio obligado a cambiarse el apellido y usar Ribeiro para evitar que lo traten demasiado bien o demasiado mal. Fue él quien convenció a su padre a trabajar juntos en un documental que, en 2009, los llevó al norte de Brasil hasta las proximidades del río Cuminapanema donde están los Zo’e, una tribu que permaneció aislada de la civilización. Sebastião quería fotografiarlos para su proyecto Génesis como un ejemplo de los lugares intactos del globo terráqueo.
Es, en ese viaje, cuando el hijo convence al padre de trabajar en un documental. La película ha sido trabajada durante años bajo la dirección de Wim Wenders, con fotos, videos y corte de viejos films de ambos Salgado.
Juliano, llama a su padre por su nombre, y cuenta que “Sebastião es un guerrero. No es un tipo ni dulce ni abierto sino un motor en funcionamiento, pero en el momento que le hablé del proyecto de una documental con su vida y obra, se le llenaron los ojos de lágrimas”.
Esta nota la escribo después de haber visto en el cine el documental La sal de la Tierra que la recomiendo a todo amante de la fotografía. Es el cierre de aquella aventura de escribir un texto sobre el Carnaval de Oruro, en los años 80, sin saber que las fotos que iban a ilustrar mi nota eran del gran Salgado y sin conocer a tan extraordinario fotógrafo